El cierre de la línea de tren que lo conectaba con la capital lo dejó al margen de los circuitos turísticos masivos, pero en los últimos años comenzó a ganar visibilidad entre viajeros que buscan entornos auténticos. Su principal atractivo, además de las actividades programadas, es la experiencia de vivir a otro ritmo, sin carteles luminosos ni tránsito urbano, con el silencio del campo como protagonista.
La propuesta gastronómica es parte esencial de la visita. En almacenes y restaurantes se sirven platos tradicionales preparados con productos de estación, desde guisos y empanadas hasta pan recién horneado, muchas veces acompañados de vino de damajuana. La atención suele estar en manos de familias locales, lo que refuerza la identidad del lugar y el vínculo con los visitantes.
En el centro del pueblo, ferias ocasionales de productores ofrecen dulces caseros, artesanías y conservas. También hay espacios verdes donde se improvisan picnics o juegos al aire libre. Para quienes deciden quedarse, el alojamiento es sencillo pero confortable, con cabañas atendidas por sus propios dueños y desayunos con pan casero, mermeladas y café de filtro.
Ubicado a unos 105 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, el acceso se realiza por la Ruta Nacional 7 hasta San Andrés de Giles y luego por caminos rurales en buen estado. Aunque no cuenta con transporte público directo desde la capital, es posible llegar combinando tren o micro hasta localidades cercanas y completar el trayecto en remis. El viaje en auto no supera las dos horas, lo que lo convierte en una opción ideal para escapadas de fin de semana o incluso para un descanso de un solo día.
Cucullú ofrece a los visitantes un modelo de turismo basado en la autenticidad y la interacción con la comunidad, una tendencia en crecimiento que responde a la demanda de experiencias personalizadas y alejadas de la masividad. Para los profesionales del sector, este tipo de destinos plantea oportunidades para desarrollar propuestas de baja huella ambiental y alto valor cultural.